Las Baladas de primavera de Juan Ramón Jiménez fueron gestadas en un paréntesis de tranquilidad y sosiego proporcionado —tras el profundo abatimiento en que había caído el poeta a su regreso a Moguer (1905)— por la experiencia de la primavera de 1907 y el reencuentro con el amor (Blanca Hernández Pinzón). El proyecto inicial incluye, además de las Baladas, Platero y yo y Otoño amarillo (esta última «sección» nunca llegó a publicarse). Es al proyecto, y no a los poemas que hoy conocemos como Baladas de primavera, al que el poeta se refiere en la nota autobiográfica «Habla el poeta» de Renacimiento. Poseemos, por tanto, un dato externo para pensar que Platero y yo se comenzó a componer en 1907 y no en 1906 como posteriormente sostuvo el poeta y creyó la crítica. En estos poemas, también la «alegría y la tristeza son gemelas», aunque con una resolución estilística armónica; surgen, como Platero, del reencuentro con Moguer y el contraste entre el pasado y el presente; de la experiencia del campo y de sus gentes (aunque en las Baladas la presencia de hombres y mujeres es prácticamente nula); se articulan en la doble dimensión de la evocación del pasado y la contemplación de la naturaleza presente.