Descripción
Detalles
Los cancioneros editados por el profesor Labrador Herraiz (en colaboración con DiFranco) tienen muchas cualidades: la primera es que son ediciones muy finas y escrupulosas. Están muy sólidamente fundamentadas sobre un trabajo incansable, obsesivo, de búsqueda y localización en bibliotecas y archivos, de reproducción, trascripción, catalogación, filiación, de cada uno de los poemas: labor que queda esplendorosamente concentrada, magníficamente al descubierto, en los colosales aparatos críticos que coronan cada volumen, y que ofrecen un caudal increíble, imposible de encontrar en ningún otro sitio, de información sobre fuentes, autorías, atribuciones, variantes, ramas, glosas, poemas emparentados, ediciones antiguas y modernas, antologías, estudios... Los últimos títulos publicados, los que se benefician de la acumulación de informaciones y de saberes que han ido sedimentando al paso de tantos años de trabajo, son absolutamente apabullantes en ese sentido: nadie que no haya trabajado directamente con estos difíciles y polvorientos materiales, haciendo todo el recorrido desde su localización en alguna remota ficha de biblioteca y desde su exhumación hasta su edición, es capaz de imaginar ni de valorar los tiempos y los esfuerzos que hay detrás de las intimidadoras listas de signaturas y de referencias concordadas que Labrrrador y DiFranco asocian a cada poema.
Pero acaso el mayor mérito que tiene esta labor de recuperación y de reivindicación de este repertorio no oscuro pero sí oscurecido de la historia de nuestra poesía es que se ha centrado sobre fuentes manuscritas, y no sobre fuentes impresas. No es que estas últimas no den un trabajo inmenso ni ofrezcan problemas ni resistencias, a veces sumamente complejos, a la hora de la recuperación y de la edición. Pero sí que es cierto que esos problemas se multiplican, a veces de manera exponencial, cuando la fuente es manuscrita: porque el estado de la cuestión catalográfica estaba mucho menos desarrollada en el terreno del manuscrito; porque los problemas de lectura y trascripción suelen ser mucho más peliagudos y comprometidos en el caso del manuscrito; porque los manuscritos son, por lo general, ejemplares únicos, lo que expone mucho más a las dificultades que plantean borrones, tachaduras, lagunas, mutilaciones, etc., sin que haya la posibilidad, que sí ofrecen por lo general los impresos, de recurrir a otros ejemplares para hacer cotejos.