El olvido o el menosprecio padecido por la literatura correspondiente al período 1840-1875 se evidencia al hojear cualquier Historia de la Literatura. Quizá sea su situación central en el siglo la que lleve a considerarla como muestra de un romanticismo rezagado o como el vacío que precede a la generosa y gloriosa oleada de finales de siglo. Pero, de querer aclarar el olvido en el que quedaron no pocos textos y autores, cumple añadir una razón poderosa, ese modo de publicación en la prensa periódica, soporte de los más efímeros y en ningún caso capaz de pretender a la nobleza y la perennidad de las Letras.
Ahora bien, esta «letra menuda», marcada del sello de la desaparición y del «consumo», es producida en y por una sociedad que conoce cambios profundos en las condiciones de producción así como en los hábitos de lectura. Cómo imaginar que tales cambios técnicos y sociales no dejaran su impronta y transformaran la concepción y la representación de la escritura y del oficio del escritor.
Es necesario encarar la literatura producida durante aquellos años con conceptos estéticos propios que permitan considerar sus peculiaridades sin reducirla empleando criterios inadaptados no someterla a juicios de valor que concurran a su desconocimiento.