El Quijote visto desde América

Juan Montalvo imaginó al Caballero Don Quijote con la pretensión de enseñar deleitando. Así nacieron los sesenta Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, en los que menudearon las burlas y los golpes sobre el hidalgo y su escudero hasta que en un monasterio próximo a Sevilla decidieron emprender el regreso a su aldea. De esas andanzas prevalecería la imagen de un caballero andante colérico, infatuado y ridículo, y de un Sancho Panza aún más tosco y más entregado a sus refranes. El amor que profesaba a su creador no salvaba a Montalvo de dar una visión del quijotismo próxima a la que otros escritores hispanoamericanos del siglo XIX ya habían ofrecido.

Significativamente, desde opciones políticas diferentes e incluso opuestas, bastantes escritores identificaban a Cervantes con la supervivencia de los valores hispánicos reprimidos por el absolutismo de los Austrias. Capaz de proporcionar lecciones y esperanzas para el presente, el Quijote se había convertido a finales de siglo XIX en el único vínculo con España que la inmensa mayoría de los intelectuales hispanoamericanos podía compartir. En consonancia con la búsqueda estética que desarrollaban por entonces los modernistas pudieron ver en el caballero andante un caso extremo de obsesión idealista y espiritualista, lo que daba a su condenado representar la razón pequeño-burguesa que despreciaba a la vez el pragmatismo, el utilitarismo, el realismo e incluso el escepticismo y la desacralización del mundo contemporáneo que asociaban con ella.

El Quijote visto desde América

Prólogo de Teodosio Fernández
2005
360
14 x 22,5 x 2,4 cm
Tapa dura
978-84-7522-785-6
22,00 €
Juan Montalvo imaginó al Caballero Don Quijote con la pretensión de enseñar deleitando. Así nacieron los sesenta Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, en los que menudearon las burlas y los golpes sobre el hidalgo y su escudero hasta que en un monasterio próximo a Sevilla decidieron emprender el...
Juan Montalvo imaginó al Caballero Don Quijote con la pretensión de enseñar deleitando. Así nacieron los sesenta Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, en los que menudearon las burlas y los golpes sobre el hidalgo y su escudero hasta que en un monasterio próximo a Sevilla decidieron emprender el regreso a su aldea. De esas andanzas prevalecería la imagen de un caballero andante colérico, infatuado y ridículo, y de un Sancho Panza aún más tosco y más entregado a sus refranes. El amor que profesaba a su creador no salvaba a Montalvo de dar una visión del quijotismo próxima a la que otros escritores hispanoamericanos del siglo XIX ya habían ofrecido.

Significativamente, desde opciones políticas diferentes e incluso opuestas, bastantes escritores identificaban a Cervantes con la supervivencia de los valores hispánicos reprimidos por el absolutismo de los Austrias. Capaz de proporcionar lecciones y esperanzas para el presente, el Quijote se había convertido a finales de siglo XIX en el único vínculo con España que la inmensa mayoría de los intelectuales hispanoamericanos podía compartir. En consonancia con la búsqueda estética que desarrollaban por entonces los modernistas pudieron ver en el caballero andante un caso extremo de obsesión idealista y espiritualista, lo que daba a su condenado representar la razón pequeño-burguesa que despreciaba a la vez el pragmatismo, el utilitarismo, el realismo e incluso el escepticismo y la desacralización del mundo contemporáneo que asociaban con ella.

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