«Pushkin me animaba desde mucho tiempo atrás a emprender una obra larga y seria. Un día me representó  la endeblez de mi complexión, mis achaques, que podían ocasionarme una muerte prematura; me citó el ejemplo de Cervantes, autor de algunas novelas breves de primer orden, pero que jamás hubiera obtenido el puesto que le corresponde entre los astros de primera magnitud si no hubiera emprendido su Quijote...» Así relata Gogol la génesis de Las almas muertas, cuya redacción comenzó en 1835. El vizconde Melchor de Vogüe opinaría más tarde que «el verdadero progenitor de las almas muertas es el mismo Cervantes». Gogol estudió con empeño la literatura española «y, sobre todo el Quijote, que fue siempre su libro predilecto».
Turguenev antepone una reflexión histórica: «La aparición simultánea de Hamlet y Don Quijote es significativa: estos dos tipos son el anverso y el reverso de la naturaleza humana, los dos polos del eje sobre que gira aquélla». Reflexión colmada de sentido, pues es, en efecto, ineludible la cotidaneidad de toda idea históricamente operante en su contra. Dostoievsky se nos muestra conmovido, absorto en la obra de Cervantes. El Quijote ocupa el ápice de la literatura universal: «es ése un gran libro, es el número de los eternos, de ésos con que sólo de tarde en tarde se ve gratificada la humanidad». Pretende que la juventud de su patria lo conozca.

Dostoievsky ha conocido la Rusia de Gogol, aquella Rusia apiacarada que recorría Jlestakof, la Rusia del sombrío granuja Chichikof. Conocía el sentido de la frase de Pushkin: ¡qué triste es nuestra Rusia! Y veía en el Quijote un reactivo para suscitar la generosidad en las almas adolescentes. «No sé que pasará —escribe en 1877— ahora en las escuelas con la literatura pero sí sé  que  ese libro, el más grande y triste de cuantos ha creado el genio de los hombres, levantaría el alma de más de un joven con el poder de una gran idea». Evoca las lágrimas de Heine cuando de niño leía la derrota de Don Quijote por el despreciable y sesudo bachiller samson Karasco. El Quijote tiene un sentido metahistórico, es la Summa histórica de los destinos humanos. Es como un como un gigantesco balance de todo el ordo temporum.

El Quijote desde Rusia

Prólogo de Santiago Montero Díaz
2005
92
14 x 22,5 x 1,5 cm
Tapa dura
978-84-7522-783-2
15,00 €
«Pushkin me animaba desde mucho tiempo atrás a emprender una obra larga y seria. Un día me representó  la endeblez de mi complexión, mis achaques, que podían ocasionarme una muerte prematura; me citó el ejemplo de Cervantes, autor de algunas novelas breves de primer orden, pero que jamás hubiera obtenido...
«Pushkin me animaba desde mucho tiempo atrás a emprender una obra larga y seria. Un día me representó  la endeblez de mi complexión, mis achaques, que podían ocasionarme una muerte prematura; me citó el ejemplo de Cervantes, autor de algunas novelas breves de primer orden, pero que jamás hubiera obtenido el puesto que le corresponde entre los astros de primera magnitud si no hubiera emprendido su Quijote...» Así relata Gogol la génesis de Las almas muertas, cuya redacción comenzó en 1835. El vizconde Melchor de Vogüe opinaría más tarde que «el verdadero progenitor de las almas muertas es el mismo Cervantes». Gogol estudió con empeño la literatura española «y, sobre todo el Quijote, que fue siempre su libro predilecto».
Turguenev antepone una reflexión histórica: «La aparición simultánea de Hamlet y Don Quijote es significativa: estos dos tipos son el anverso y el reverso de la naturaleza humana, los dos polos del eje sobre que gira aquélla». Reflexión colmada de sentido, pues es, en efecto, ineludible la cotidaneidad de toda idea históricamente operante en su contra. Dostoievsky se nos muestra conmovido, absorto en la obra de Cervantes. El Quijote ocupa el ápice de la literatura universal: «es ése un gran libro, es el número de los eternos, de ésos con que sólo de tarde en tarde se ve gratificada la humanidad». Pretende que la juventud de su patria lo conozca.

Dostoievsky ha conocido la Rusia de Gogol, aquella Rusia apiacarada que recorría Jlestakof, la Rusia del sombrío granuja Chichikof. Conocía el sentido de la frase de Pushkin: ¡qué triste es nuestra Rusia! Y veía en el Quijote un reactivo para suscitar la generosidad en las almas adolescentes. «No sé que pasará —escribe en 1877— ahora en las escuelas con la literatura pero sí sé  que  ese libro, el más grande y triste de cuantos ha creado el genio de los hombres, levantaría el alma de más de un joven con el poder de una gran idea». Evoca las lágrimas de Heine cuando de niño leía la derrota de Don Quijote por el despreciable y sesudo bachiller samson Karasco. El Quijote tiene un sentido metahistórico, es la Summa histórica de los destinos humanos. Es como un como un gigantesco balance de todo el ordo temporum.

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